Hasta ahora nunca había profundizado en contarte cómo me enganché a la fotografía analógica y por qué he llegado a tener mi propio laboratorio en casa o cómo es mi “laboratorio clandestino”. Esta es la historia.
En 2011 a una de mis mejores amigas le regalaron una Diana Mini de Lomography por su cumpleaños, con una estética de cámara de juguete que provocaba sorpresa y risas cuando la sacaba o se la daba a alguien para que nos hiciera la típica foto de grupo. A partir de ese momento me picó la curiosidad y empezamos a apuntarnos juntas a talleres en las sedes de Lomography (ya desaparecidas) en Madrid. Recuerdo con especial cariño el que se llamaba “Entre Lomos y Finos”; cámaras lomo, lomo embuchado y vino fino…combinación ganadora.
Nos fuimos enganchando cada vez más, aumentando nuestra colección de cámaras. Terminamos apuntándonos a un curso municipal de fotografía analógica que debido a la crisis y los recortes fue suspendido; nos quedamos sin acceso a los materiales, a las ampliadoras y sin el asesoramiento del profesor.
En este momento empezamos a buscar ampliadoras fotográficas por Ebay y encontramos nuestra joya, por solo 75€, que montamos en un trastero de mis padres que cumplía las características básicas de un laboratorio (exceptuando la cantidad de polvo que había).
Aquí pasamos varios años experimentando, disfrutando y aprendiendo a base de prueba y error. Hasta que en 2016 mudamos el laboratorio a una habitación sobrante en mi actual casa.
Y aqui sigo.
Muy bien, muy bonita historia, yo tengo mi laboratorio pero ¿Qué necesitas para tener el tuyo propio?
Te lo cuento en “Montando el laboratorio en casa II“.